Venecia es una ciudad «emocional» que tendría que ser saboreada con calma y tranquilidad…
Sin embargo, a menudo las personas que la visitan lamentan el hecho de que su extraordinaria belleza y magia sean estropeadas por la exagerada presencia turística, que impide gozar plenamente de sus tesoros artísticos y de apreciar aquellos que tendrían que ser los tiempos lentos de una ciudad peatonal, no siendo condicionados por el frenesí y el ruido de los automóviles que caracterizan las ciudades modernas.
De hecho, después de muchos años trabajando como guía profesional en Venecia, mi ciudad, he visto cambiar mucho la tipología de los viajes y de las visitas.
Cada año hay millones de turistas más; ahora todo el mundo quiere verlo todo, pero cada vez es menor el tiempo dedicado al verdadero descubrimiento de los lugares, para que dejen en nuestro interior sensaciones, emociones…
Casi todo el mundo ve las mismas pocas cosas, concentradas en pocos y abarrotados lugares, a las mismas horas del día, y muy a menudo superficialmente, de paso…
Todo eso convierte las visitas en una lucha agotadora entre filas, ruido y confusión.
Quiero proponer, en cambio, a los visitantes que puedan dedicar un poco más de tiempo al conocimiento de la ciudad, las visitas que yo hago cuando acompaño a mis amigos que viven en otros sitios y que, curiosos por descubrir los encantos de este lugar tan diferente a los demás, se dejan llevar por mí confiando en que les haré ver lo mejor de mi Venecia – la ciudad en la que vivo y que tanto amo – en la forma más relajada y placentera posible, lejos de la confusión del turismo de masas.